Modo observador

Hay momentos en los que la vida nos sacude sin previo aviso: emociones que se disparan, pensamientos que dan vueltas, reacciones automáticas que no me dejan buen cuerpo. Es ahí, justo en medio del lío, cuando recuerdo que tengo una opción:

 

Respirar, volver a mí y ponerme en modo observador.

 

No es desconectarme ni hacerme la dura. Es mirar con ojos curiosos, atenta. Como cuando una niña se queda fascinada viendo cómo se mueve la llama de una vela: no intenta controlarla, solo la observa.

 

Observarme me abre un espacio. Y en ese espacio aparece la elección: elegir no responder desde el piloto automático. Elegir no quedarme atrapada en la emoción, sino respirarla, escucharla, acogerla un rato y, sobre todo, volver a mí, dejar que pase a través, aunque pique, aunque incomode.

 

Cuando me pongo en modo observador, descubro que no soy el miedo ni la rabia, aunque me visiten. Soy quien los ve llegar, quien los escucha y acoge un rato, y luego decide qué hacer con ellos.

 

Y hay algo más: estando en este estado, se revela información que quizá, en piloto automático, no podríamos apreciar. Detalles, matices, conexiones sutiles… como si todo cobrara más sentido, como si la vida hablara en susurros que antes no escuchaba.

 

Cuanto más practico este modo, más aprendo a volver a mí, a estar conmigo y con las demás de una forma más clara, más amable, más real.

 

Porque en el silencio curioso de quien observa, siempre hay un punto de luz.

 

Abracico,

Itsaso.