Crack
Imagina un árbol.
Uno grande, fuerte, de esos que parecen inquebrantables.
Ha resistido tormentas, lluvias, vientos.
Sus raíces se agarran con fuerza a la tierra y da la sensación de que nada puede derribarlo.
Pero llega un día en el que, sin previo aviso, se escucha un «crack». No fue la tormenta más intensa ni el viento más feroz: fue simplemente el límite.
Algo dentro del árbol se partió.
Muchas veces somos como ese árbol. Aguantamos, resistimos, nos convencemos de que podemos con todo. La autoexigencia, la idea de que pedir ayuda es ser débiles, o esa sensación de no merecer ser cuidados, nos lleva a tirar hacia adelante hasta que ya no podemos más. Y entonces aparece el «crack»: el cuerpo que se rompe, la emoción que explota, la mente que dice “hasta aquí”.
En los procesos que acompaño lo veo mucho: llegar a pedir ayuda cuando el límite ya está desbordado. Cuando lo que se necesitaba era haberla pedido mucho antes. Pero no es tan fácil. Si de pequeñxs no recibimos cuidados incondicionales, si aprendimos que el afecto había que ganárselo o que mostrar vulnerabilidad era peligroso, es lógico que ahora nos cueste tanto abrir la mano y decir “necesito que me sostengan”.
El problema es que, al repetir este patrón, seguimos confirmando una idea injusta: que solo merecemos apoyo cuando estamos al borde del colapso. Y no es así. No tienes que llegar al «crack» para pedir ayuda. No tienes que demostrar nada ni esperar al momento de quiebre.
Pedir ayuda es un acto de amor propio. Es reconocer que eres humanx, que tienes límites, que no tienes que poder con todo. Y en esa vulnerabilidad hay muchísima fuerza.
Si te reconoces en este árbol, te invito a detenerte y preguntarte: ¿cuántas veces has esperado a ese punto de ruptura antes de abrirte a alguien? ¿Qué te hace creer que debes cargar solx con tanto?
No esperes a escuchar ese «crack» dentro de ti. No esperes a que el peso se vuelva insoportable. Busca apoyo antes. Porque lo mereces, porque no estás solx, porque no tienes que estarlo.
Abracico,
Itsaso.