Cosas bonitas
Hay mañanas que me levanto con la cabeza llena de niebla, el corazón enredado y el cuerpo contraído.
Los hombros tensos, la mandíbula apretada, la respiración corta…
Los pensamientos dan vueltas sin orden y la sensación de peso parece abrazarme en cada movimiento.
Y en esos instantes, surge un gesto simple, casi infantil:
pedirle a la vida que me muestre cosas bonitas.
No es un pedido grandioso ni complicado. Solo un recordatorio: que haya luz en lo pequeño, que haya armonía en lo cotidiano, que se dibuje belleza aunque yo todavía no la vea.
Porque querer ver la belleza que también está, no significa ignorar lo difícil. Significa reconocer que, incluso en la confusión y en la tensión que habita mi cuerpo, hay espacio para la claridad. Que, aunque el día empiece turbio, puedo sentir cómo mis hombros se aflojan un poco, cómo la respiración se alarga, cómo el cuerpo responde al primer rayo de luz, al primer sonido amable, al primer gesto de ternura que la vida me regala.
Es un acto de fe silenciosa y de amor hacia mí. Una forma de decir: “estoy aquí y deseo ver la parte amable de la vida”. Y en ese pequeño pedido, el mundo a veces responde: con un rayo de sol, un aroma, una mirada, un pájaro que me sobrevuela, un instante que me recuerda que siempre hay algo bonito a la vuelta de la esquina.
Esta es una de las maneras que tengo de allanarme el camino… en esos momentos en los que todo pesa un poco más que ayer.
Abracico,
Itsaso.